Monday, July 6, 2009

Artemisa 1.1.2

“Agh. La noche, ¡desperdiciada!” espetó, dejando caer el arco de marfil y su bolso de flechas en brazos de la que le abriera la puerta, sin voltear a verla. Se sacudió el pelo y comenzó a desvestirse mientras caminaba, jamás deteniéndose.

Sus subordinadas no estaban acostumbradas a escenas volátiles del tipo, por lo que sólo se limitaron a seguir a su ama con los ojos abiertos, atónitas, recogiendo ávidamente todo lo que dejaba a su paso, así fueran artículos, prendas o palabras.

“Mi Señora, ¿toda la noche?” vino una voz joven de entre su séquito, tentativa.

Artemisa aventó los brazos al aire mientras se introducía a la bañera. “¡Pues ya que!”

La misma muchacha que hizo la pregunta, temiendo que la diosa se fuera a resbalar por lo distraída que parecía, le extendió su mano. La Cazadora no la tomó, aunque Callysto no supo si fue porque no la vio o porque simplemente la ignoró.

El ceño de la segunda a la diosa se frunció. “¿Ni una bestia? ¿Ni una sola?”

Artemisa consideró la situación unos momentos. Las doncellas se esmeraban en mantenerla satisfecha y despreocupada. Hacían un trabajo impecable, y a la vez parecían genuinamente felices a pesar de las reglas estrictas. Pero la verdad era, Artemisa entendió, que se había acostumbrado a que hicieran demasiadas cosas por ella y, sin ir demasiado lejos, evidencia irrefutable de ello era que nunca antes se había topado con mortales durante sus salidas de cacería con su séquito y no lo había notado. Esta primer noche de divergir de la norma le abrió los ojos.

Sumergida aún en sus reflexiones, le contestó. “Bueno, sí, un lobo, pero nada más.”

Callysto volteó hacia la puerta donde las demás doncellas escuchaban en silencio y todas se encogieron de hombros, algunas también sacudiendo la cabeza vigorosamente. Callysto tampoco había visto que la diosa llegara con evidencia alguna de la caza.

Se acercó a dos pasos del borde de la bañera para dejar las ropas limpias, dobladas de la diosa. “¿Un lobo, mi Señora?” insistió. “Excelente. Y, ¿de qué color el pelaje? ¿Gustaría que lo llevásemos a la ayudante de la Señora Athena para que le hiciera un abrigo, una capa u otra cosa con la piel?”

“No, no te molestes,” la diosa sacudió su cabeza, ahora pesada con el cabello empapado. Callysto aprovechó para quitar las pequeñas hojas errantes que seguían enredadas en la melena castaña. Artemisa se reclinó hacia atrás, contra la pared de mármol de la bañera, esforzándose a relajar el cuerpo pese a lo molesta que se encontraba. “No traje nada. Se lo regalé a un mortal.”

La sangre de Callysto hirvió ante la información. Apretó los puños y se maldijo a sí misma. Se disculpó, avergonzada por su descuido. “Debimos haberla acompañado para asegurarnos de que...” comenzó, pero calló al ver a la deidad ojiverde negar con la cabeza de nueva cuenta.

“El lobo que yo quería en realidad me evadió el resto de la noche,” dijo, con una expresión melancólica. Y, tan repentinamente que Callysto dudó de haberla visto en primer lugar, su mirada cambió y endureció. “Por cierto, ya se acerca la reunión del consejo, ¿cierto?”

“Ah, sí,” masculló la muchacha, distraída.

“Prepara el reparo en cuanto antes,” ordenó, “que no quiero que Apollo me esté fastidiando sobre ello.” Dio por terminado el intercambio y se hundió en el agua caliente hasta que le cubrió la boca. Cerró los ojos y exhaló cuando sintió cómo las mejillas de porcelana fina se le teñían de carmesí gradualmente.

Callysto se jactaba de ser bastante elocuente y tener una respuesta inmediata para todo—y normalmente, la tenía. Ser la segunda al mando de la orden de la diosa era un puesto que exigía tanto como privilegios otorgaba, y requería hacer decisiones de un momento a otro con tacto y prudencia. En esta ocasión, sin embargo, sólo se retiró de la bañera con una reverencia, sin decir una palabra.

*

“Una amazona, quizás,” musitaba con fascinación. “Siempre quise conocer una, pero jamás imaginé que me la toparía por estos rumbos.”

Adrastas sacudió su cabeza al ver la sonrisa estúpida en el semblante de su acompañante. Continuó jugando distraídamente con la bebida en sus manos. “¿Sola y tan lejos de casa? Es poco probable.”

“Más probable de lo que crees, porque a decir verdad, sabemos muy poco de ellas. Quizá tiene alguna encomienda que la trae a Tesalia.”

“¿Desterrada de su tribu por alguna actitud impropia?” propuso el originario de Larissa, con una ceja levantada.

“No lo creo,” repuso el otro, y con una sonrisa socarrona agregó, “pero se lo preguntaré la siguiente vez que la vea.”

Adrastas exhaló. Era difícil —imposible, prácticamente— sacarle una idea de la cabeza a su amigo una vez que esta había echado raíces. Se recargó hacia delante en la mesa. “¿Sabes cómo sé que no era una amazona?”

“¿Cómo?” volteó enseguida el otro, ávido.

“Te hubiera capado ahí mismo,” replicó en un tono confidencial, serio.

Endymion sonrió complícitamente. “Hubiera necesitado algo mucho más grande que una simple xiphos y aún así su trabajo no hubiera sido nada fácil, te lo aseguro.”

Adrastas escupió el vino que había llevado a su boca y ambos rieron escandalosamente, haciendo que varios de los presentes en la taberna voltearan a su mesa.

Un rato después, ambos con el estómago adolorido y la cabeza ligera, Endymion retomó la conversación. “Mañana regresaré a ver a Admetus para agradecerle su hospitalidad.”

Adrastas se topó con ambos cazadores cuando estos últimos cruzaron su camino una vez terminada la jornada. El nativo de Larissa reconoció a Endymion, amigo de años, y les propuso detenerse un rato a beber y conversar. Oryon declinó, diciéndose cansado y optando por regresar con Sirius directamente a casa del rey Admetus a dormir. Endymion y Adrastas seguían con historias después de dos horas, cuando el Tesalio le ofreció uno de sus cuartos, dado que su hogar quedaba a pocos minutos del pueblo donde bebían.

“Me voy a quedar otra semana más, por cierto,” dijo el noble de Elís, y bebió un trago de su vino enseguida.

Adrastas se consternó al adivinar la obstinación de su amigo. “Sabes que siempre eres bienvenido a mi casa y no tienes ni que pedírmelo, pero...¿no crees que te lo estás tomando muy en serio? Fue cosa de una noche, y no sabes qué hacía ahí.” Hizo una pausa y recordó algo más. Reanudó su argumento. “Vaya, no sabes ni su nombre, siquiera,” le recordó.

“Hm, hm, hm...” Endymion asintió con la cabeza, atendiendo a todos los puntos que hacía su amigo. “Hm,” repitió, adoptando una expresión meditabunda. “Buen punto. Otra cosa que habrá que preguntarle la siguiente vez que la vea,” repeló casualmente. “Muy buen punto. Entonces ignora lo de la semana: me quedo un año.”

“En serio, Endymion, ¿no te lo habrás imaginado? Oryon no vio a nadie. ¿No te quedaste dormido en el monte y lo soñaste?”

“Está bien,” exhaló con fingida resignación el varón de Elís. “Un mes.”

“Endymion…” imploró su anfitrión en absoluta seriedad.

“Yo lo que vi, Adrastas,” respondió el otro, con un tono ligeramente cortante.

Adrastas tomó nota de su enfado y dejó de presionarlo, intentando hacerlo entender razones sin molestarlo más. “Lo sé, hombre, pero te recuerdo que no la viste disparar. Vamos, ¿una mujer, a esas horas de la noche? ¿Cazando a un animal de ese tipo sin ayuda?”

“¡Era la única en las cercanías!” exclamó Endymion, encogiéndose de hombros.

“Te pudo haber mentido.”

Endymion sacudió la cabeza en negativa enseguida. “Lo dudo.” Se mantuvo en silencio unos segundos, reflexionando. “No creo que haya mentido.”

“JA,” Adrastas exclamó, despectivo. “Todas las mujeres mienten, sin excepción, Endymion. Recuérdalo. Todas.”

Endymion detuvo su bebida a escasos centímetros de su boca y su humor ligero regresó. “Algo me hace creer que aún no superas el incidente de la hetaira de hace tiempo, Adras. Aunque quien te mintió no era una mujer...técnicamente.”

Adrastas se erizó y le señaló con un dedo en la cara, mirándole con intensidad. “Yo pagué por una mujer y pensé que mi dinero contrataba eso mismo.”

Endymion se encogió de hombros con fingida inocencia. “Para serte honesto, de estar en tu lugar e igual de ebrio que tú en aquella ocasión, tampoco hubiese podido notar la diferencia antes de—”

“No quiero hablar más del tema,” gruñó el Tesalio. “Estaré fuera de la ciudad día y medio, pero mis sirvientes estarán esperándote. Llama a la puerta cuando termines aquí.” Se levantó de golpe y dejó unas monedas sobre la mesa, vaciando el contenido de su vaso de prisa. “¿Necesitas que mande a alguien para que te guíe? ¿Recuerdas el camino a la casa?”

“Estoy bien, gracias,” le aseguró. “Buenas noches, Adras.” Se despidió con la cara baja para esconder su sonrisa. Se sentía, quizá, un poco culpable.

“Noches,” refunfuñó, retirándose antes de que su acompañante mencionara su rostro enrojecido.

‘Sólo un poco,’ confirmó Endymion para sus adentros.

Endymion levantó su copa vacía por encima de su cabeza y pidió la última de la velada, repasando en su mente los hechos de unas horas antes una vez más antes de irse a dormir.

Estaba seguro de que no era la última vez que se toparía con la Cazadora. Se encargaría de que no fuera el caso.

Tuesday, June 16, 2009

Artemisa - Capítulo 1.1: Encuentros E Impresiones

Va va va..!!

De un par de meses para acá, esto ha sido mi obsesión. Es mi primer intento por escribir extensa y totalmente en español (FFFFUUU).

No tiene título aún; lo trabajo con el code name ‘Artemisa’ de momento, hasta que surja algo más apropiado.

...Y así con eso nada más, ya sabrán a qué le tiran.

Música, maestro.

·

La luna llena estaba suspendida en el punto más alto del cielo, y la gran cantidad de luz que emanaba le permitía ver a su presa sin dificultad a distancias mucho mayores. Ya sin ella tenía de por sí demasiadas ventajas, más de las que creía eran necesarias o justas...para alguien de su particular condición, cuando menos. Aunque llevaba horas detrás de su objetivo y portaba raspaduras y moretones en varias partes del cuerpo donde la piel iba descubierta, una combinación de adrenalina y determinación le mantenía en pie, inmune a la fatiga.

Un lobo ya había caído sin siquiera parecer haberse percatado de la presencia de su verdugo en ningún momento; difícilmente se le podía considerar un trofeo que valiera la mitad de la noche ya transcurrida. El segundo —un macho más grande: un compañero de la jauría, seguramente— rondaba las cercanías, quizá ya enterado de la suerte de su similar. Pronto apareció por donde el cadáver del primero y se cruzó en la mira de la cazadora.

“Un bello y digno espécimen,” decidió, con una sonrisa de satisfacción asomándose en sus labios grandes y delgados. Agradeció que su buena fortuna fuera mayor que su limitada paciencia.

El reparo a pagar sería fuerte por tratarse de criaturas consagradas a Apollo. De no hacerlo, tendría que escuchar los reclamos —justificados, en este caso— del joven dios por mucho, mucho tiempo. El solo imaginarlo le causaba weba tedio.

Bloqueó todas las distracciones —ritos a oficiar, consejos a los que acudir, favores y castigos que otorgar, entre otras tantas obligaciones— que la asediaban, concentrándose sólo en la noción de sus alrededores. Era una de las escasas noches al año en que cazaba sola, y pretendía aprovechar la libertad al máximo: lo demás no existía. Escuchó ruidos en las cercanías, pero no provenían de su objetivo. Esperaba que la fuente no se acercara lo suficiente como para llegar a espantar al lobo frente a ella.

Acomodó la punta de la flecha entre los dedos de su mano izquierda, y con la homóloga tensó la cuerda de su arco. Con una sonrisa más marcada, cerró un ojo para enfocarse en el animal. “Disculpas por adelantado, hermano.”

En el instante antes de disparar, pudo imaginar un relámpago de plata atravesando los aires y el espeso manto de la noche, como si el mismo Titán del Tiempo manipulara su velocidad aún desde su prisión en las sombras del Tártaro. El animal, absorto en su inspección del cuerpo en el suelo, no reaccionaba a tiempo para evitar que la punta de acero divino, con una precisión quirúrgica, perforase su ojo por el centro y se le incrustara en el cereb—

Un perro enorme, de un tono rojizo apagado pero lustroso, irrumpió en su campo visual repentinamente, y el glorioso desenlace de la caza se vio interrumpido.

“¡Sirius, regresa!”

La sorpresa mantuvo a la mujer aturdida de momento. Levantó la cabeza mecánicamente, buscando al dueño de la voz—y probablemente del animal también.

“¿Sirius?” repitió para sí misma, arrugando el ceño con disgusto.

“¿Dónde te has metido? ¿A qué le ladras?”

La voz —más cerca— la despertó de su ensimismamiento. Vio cómo el enorme lobo retrocedió lentamente y se perdió detrás de los arbustos. La mujer maldijo su titubeo y comenzó a bajar el arco, considerando sus opciones.

Un hombre salió de entre la espesura del bosque, ignorante. La cazadora posó en él su mirada de jade, asesina. De tratarse del responsable, se deliberaba si debía o no dispararle la flecha frustrada. Mientras decidía, tensó los brazos inconscientemente y los dedos le cosquilleaban, ansiosos.

Los ojos del incauto se abrieron enormes, a punto de salírsele de la cara al ver las dimensiones del cadáver lobuno. Agradeció a los dioses —y a sus ancestros, que ahora como nunca antes estaba convencido de que no eran del todo inútiles— que no le había tomado por sorpresa mientras vivo.
“Parece que alguien nos ha tomado la delantera,” murmuró para sí mismo, decepcionado a fin de cuentas ante la falta de acción.

Mientras se preguntaba qué hacía el idiota de noche —y en esa particular noche, por supuesto— en el lugar, otro ladrido acaparó la atención de la dama.

El perro rondaba al humano, moviendo la cola al escuchar su voz, pero alarmado a la vez. “Calmado, calmado,” insistía el hombre, empujando al animal a un lado para poder inspeccionar al lobo muerto sin interrupciones.

Encontró una flecha enterrada profundamente entre las costillas, por detrás de la pata izquierda. Silbó, impresionado tanto por la precisión del golpe como la calidad del dardo.

Plata, por los Dioscuros. ¿Quién se da esos lujos?’

No tenía ninguna otra herida, y era obvio que con la única flecha que le reventó el corazón fue mucho más que suficiente para derribarlo.

Sirius le ladraba en el oído con persistencia, exigiendo atención. Aturdido, no pudo ignorarlo más y volteó, enfadado. “No tienes por qué seguir nervioso. Está muerto ya, ¿no ves?” dijo, levantando y dejando caer una de las patas inánimes del lobo para demostrárselo, pero notó con cierta aprehensión que la atención del perro estaba en otro lado.

‘Interrumpe mi caza y roba mi premio,’ refunfuñó la diosa, incrédula, desde donde le vigilaba. ‘Ignorantes, insolentes...No sé cómo es que los dioses no pierden la paciencia aún y borran a toda sus estirpe de la faz de la tierra.’

Observó la interacción entre ambos unos instantes más en silencio. Se tranquilizó, y poco a poco la indignación fue desapareciendo y dio paso a la empatía al ver el recelo con el que el animal resguardaba de su amo.

Exhaló tras una pausa, reconsiderando. “Que se lo lleve, no importa; el otro animal parece un reto mayor para otra noche. Lo malo es que debo pagarle la indemnización a mi hermano de todos mod...” Revisó sus alrededores por señal de que su sirviente seguía con ella. “¿Selene?” Llamó un par de veces más, sin éxito.

“¡Qué demonios...!” exclamó el hombre, llevando una mano al cuchillo en su cintura instintivamente.

Los ladridos se volvieron más insistentes, llenos de urgencia. Molesta por el ruido, interrumpió de mala gana su búsqueda para ver la razón por la que el animal estaba tan agitado.

Vio una mancha blanquecina dirigiéndose a todo trote contra el humano y, juzgando por la velocidad a la que iba, el siervo parecía determinado a embestirlo. Sirius, sin embargo, se interpuso entre su dueño y el peligro y gruñía incesante, a la espera con los colmillos de fuera.

‘¡Selene tonta, tonta, TONTA!’ pensó alarmada, moviéndose a toda prisa sin titubear para cerrar la distancia entre ella y ambos animales, consciente del peligro. Las criaturas divinas no eran inmortales: se reencarnaban para permanecer al lado de su amo, pero seguían siendo suceptibles a la muerte y al dolor. Sintió la garganta seca.

El siervo se abrió en una curva que evitaba la colisión con el otro animal y se plantó desafiante sobre el cadáver del lobo, protegiendo lo que le pertenecía a su ama. Agachó la cabeza y apuntó los cuernos hacia los desconocidos en clara amenaza.

La dama desaceleró un poco su paso, aliviada al ver que los oponentes se mantenían distanciados. Le dio tiempo para decidir entre transformarse en una bestia grande para intimidarlos y hacerlos huir o acercarse en el avatar humano que llevaba de momento. Un tanto exhausta y con los nervios en punta, optó mejor por la forma de mujer.

Se supo observada de pronto y dejó de caminar. Una ráfaga de aire frío le erizó la piel de los brazos. No provenía ningún ruido de los arbustos, pero igual sabía que algo los vigilaba. Con un poco de atención pudo discernir el ojo amarillo, inconfundible, lleno de odio.

‘Otra noche será, insolentes,’ prometió ácidamente, y se desvaneció en las sombras.

Con el estómago de piedra y la columna rígida —sin entender precisamente por qué—, algo del incidente le sabía a augurio. Se lo comentaría a Apollo...no, a Athena, mejor; seguro ella podría darle una opinión revelante y ahorrarle el tener que consultar con su hermano sobre ello.

No estaba acostumbrada a dejar cazas inconclusas, por lo que aceptó el reto en silencio, asintiendo con la cabeza solemnemente. ‘Otra noche, seguramente.’

Cuando devolvió su mirada hacia donde se dirigía originalmente, encontró que el impertinente analizaba su llegada con una ceja alzada.

‘Este mortal ingenuo jamás se dio cuenta del peligro en que se encontraba,’ renegó la diosa en silencio.

Junto a él su perro se había sentado y ambos miraban con una parecida fascinación la aproximación de la extraña. Suponiéndose admirada, levantó la barbilla como reflejo. No notó que el hombre batallaba por mantener la comisura de sus labios en una línea neutral para no permitirse sonreír abiertamente y arruinar tan imponente entrada.

Se detuvo a unos pasos del par e hizo una seña con dos dedos que pasó desapercibida por sus espectadores. El siervo huyó instantáneamente y el perro, sorprendido por el repentino movimiento, siguió tras él. Movió los labios y dio una orden, sin hacer ruido. ‘Desvanace, Selene.’

Endymion reaccionó entonces, despabilándose. “Disculpa, disculpa,” rió, creyendo que ella había dicho algo que no alcanzó a escuchar. “Ese maldito perro me distrajo,” mintió, intentando recuperar algo de compostura.

La mujer permaneció imperturbable, muda.

“Soy Endymion, hijo de Aethlius, de Elís.” Pese a que estaba lejos de su hogar y no la creía un peligro, prefirió ahorrarse los demás detalles sobre su ascendencia.

“¿Qué haces aquí?” exigió ella con brusquedad, rompiendo finalmente su silencio. La mueca de disgusto, con los curiosos ojos de felino entrecerrados, no lograba desfigurarle el rostro bello.

Un agradable escalofrío le recorrió al escuchar el timbre de voz de la dama, y parecía ignorante —deliberadamente, quizá— de su desagrado casi palpable. ‘Y hola a ti también, dulzura,’ pensó, sonriendo sin intentar evitarlo.

“Vine de visita y uno de los pastores de mi anfitrión se quejó acerca de un enorme lobo decimando sus ovejas, por lo que decidí ayudarlo,” dio su explicación sin tomar a pecho el desdén en la pregunta. La respuesta le salió toda de un hilo, inmediata y sin premeditación. No podía negarle absolutamente nada, ya estaba convencido de ello.

“Pero...” Endymion siguió, estudiándole de pies a cabeza…intentando no demorar demasiado cuando le recorría la longitud interminable de piernas descubiertas. “¿Qué haces aquí? ¿Venías a cazarlo?”

El tono de la pregunta la hizo enfurruñarse visiblemente. “¿Me crees incapaz de la tarea, acaso?” escupió.

“¿Incapaz?” Rió él de buena manera, sin malicia. “¡Pero si has sido tú quien obviamente lo ha derribado!”

La mujer arqueó una ceja, y de nuevo entrecerró los ojos. “¿Por qué lo dices?” preguntó desconfiadamente, apenas un murmullo.

“Te vi con el arco en la mano, y no pude discernir a nadie más en el área. De no ser por Sirius,” explicó, y ella se crispó al escuchar el nombre de nuevo, “no me hubiese dado cuenta de que el animal estaba tan cerca.”

Lo contempló unos momentos, midiendo sus palabras. El hombre no parecía bromear, sino genuinamente sorprendido por el logro.

“Además,” continuó Endymion, apuntando detrás de ella, a su bolso. “Puedo ver que tus flechas restantes son del mismo tipo que la que encontré en el costado del animal.”

El perro reapareció, jadeando, pero sin evidencia de haber capturado nada. “Por fin regresas, costal de pulgas,” sonrió el hombre, pero el animal lo ignoró y se dirigió directamente a la mujer.

Ella bajó una mano y le ofreció la palma. El perro inmediatamente la revisó y pasó su lengua por el dorso también. “Lamentable nombre,” murmuró como para sí misma mientras le sonreía con algo como nostalgia.

Por un momento Endymion consideró aprovechar la pausa para entablar una conversación; sin embargo, y sin saber precisamente por qué, decidió abstenerse. Se limitó a estudiarla en silencio, quizá por temor a sacarla de su ensimismamiento y hacerla huir. Pero no hizo falta.

“Me voy,” dijo ella de repente, dándoles la espalda sin más.

Naufragando aún entre visiones de la ojiverde que en el mejor de los casos le harían meritorio de una sonora cachetada, batalló para articular su frustración. “Pero, aún no...T-tu presa—”

“Te la puedes quedar,” interrumpió ella.

“¿No te lo llevarás?” Hizo un sonido con la garganta, como tosiendo, pretendiendo mudarse de su tono indeciso. Intentó imponerse, sacando a flote algo del porte real en su sangre. “Tienes derecho a ella; es más, es tu obligación. Negarla sería una afrenta a La Cazadora.”

Escuchó una carcajada repentina, genuina pero breve, como si le hubiese parecido una broma.

“No importa,” dijo la mujer, después de un momento.

Otra vez confundido. ¿Acaso no creía en los dioses? Le intrigó, puesto que no conocía —y menos de primera mano— a ningún griego que en alguna medida u otra no fuera supersticioso, sobre todo en cuanto concernía a los dioses mayores.

Por primera vez en lo que le pareció una eternidad, la mujer volteó de nuevo a darle la cara, y aunque sus facciones no parecían necesariamente amenas, cuando menos eran más...suaves; como si se tratara del primer momento del encuentro y no hubiera un desagrado pre-existente de ella hacia él. Lo observó un largo momento en silencio, como apreciándole en una nueva luz.

Conforme se prolongaba el momento, se sintió incómodo como pocas veces, porque a pesar de que era modesto, seguía siendo un noble, y ello conllevaba un orgullo innato del que no podía deshacerse. Lo cierto era que algo en la mirada de la mujer parecía retarlo, medirlo, y tratar de hacerlo consciente y humillado por una inferioridad que intentaba evocarle.

A punto de vociferar su indignación, marcharse y olvidarlo todo...se detuvo. Algo no cuadraba. Pese a que no podía tener más de dos décadas de vida juzgando por su apariencia, algún detalle de los ojos —que no podía precisar— evidenciaba algo arcano, volúmenes inimaginables de tiempo y experiencia; algo innombrable y denso. La discrepancia lo hizo dudar, y al final someterse voluntariamente al juicio de la mujer, sin reproches.

La mujer concluyó al fin su análisis sin revelar su impresión. Volteó por encima de sus cabezas y pareció tomar nota de la posición de la luna en el firmamento, exhalando. Endymion detectó algo en los movimientos que le dieron a entender que tenía prisa y que el encuentro pronto llegaba a su fin.

Un poco más dócil, optó por una táctica menos áspera, pero igual de patética. “Ah, no recuerdo tu nombre...”

“No recuerdo habértelo dicho,” refutó con amargura —la agresividad de vuelta tras una fugaz intermisión— al mismo tiempo que en un movimiento fluido le dio la espalda para partir de nueva cuenta.

“Nos vemos,” intentó de nuevo Endymion, sabiendo que no debía esperar respuesta alguna. Siguió con atención la melena castaña —alborotada pese al prendedor que la sujetaba— que bajo la luz de luna adoptaba algunos tintes dorados.

Sirius gimió mientras al verla desaparecer en la oscuridad. Endymion rió a carcajadas ante el gesto oportuno y frotó la cabeza de la mascota con afecto, comprendiéndolo perfectamente.

“Voy a quedarme unos días mas por aquí,” decidió en el instante. “Pooor si las dudas, tú sabes,” le guiñó un ojo.

El animal interrumpió sus jadeos con un ladrido de afirmación, comprendiéndolo perfectamente.

“Me perdí, hasta que escuché a Sirius. ¿Por qué tanto escándalo? ¿Encontraste algo?” vino una voz. Apareció un rubio alto de entre algunas ramas blandiendo una espada corta, volteando para todos lados, buscando. El perro ladró con gusto renovado al verse reunido con su amo.

Endymion sonrió, pensativo. “Ya creo, Oryon. Ya creo.”

Raison D'être

MOAR!

Hace unos días me vi irremediablemente jodida cuando me robaron mi bolsa y con ella unos USBs que contenían más de 2000 páginas (aparte de centenares de fotos, dibujos y millares de tarugadas bizarras adicionales de las que derivaba insanas horas interminables de diversión) de verbos míos, que conformaban, en su mayoría, los...uhm...“libros” que he estado intentando terminar escribiendo desde el 31 de Octubre del 2002.

No sabía que tendría ese efecto, pero sí, la pérdida me devastó. Me di cuenta de lo verdaderamente invertida que estaba yo en esos escritos. Sé que han de quedar borradores viejos (sin actualizar en algo de tiempo) por ahí en la PC, y un par de personas que aprecio mucho intentaron animarme recordándome que todo lo tengo en la cabeza (SABEEE!!)...pero, damn, man.

Por ello, finalmente me decido a lanzar este blog hermano de mi otro pulguero, para arrojar aquí cuando menos mis borradores de escritos más recientes...en lo que encuentro algo mejor que hacer con ellos, supongo. Ya había venido pensando en hacerlo (no con algo como esto por motivación, vale), así que aprovecho la excusa y me lanzo antes de que se me acabe la iniciativa.

El plan es subir capítulos enteros a la vez, y probablemente no sólo de un “libro”. Usaré las etiquetas (tags) de cada entrada de blog para categorizar y diferenciar entre obras distintas. Aunque escribo casi todos los días, no redacto en orden cronológico, así que haré una lucha sobrehumana por cambiar ese hábito mío de escribir como se me van ocurriendo las cosas (es frustrante saber el final de una historia sin saber exactamente cómo es que se llegó a ese desenlace :raeg: jaja). De vez en cuando haré entradas de “recopilación” por obra, para poder ver en qué carajos estoy trabajando.

Espero poder darle un orden a esto...y algún maldito día poder ver algo terminado.

Sin más, agradezco a los que aguantan mis arranques nerdos sobre estos y otros temas (aquí voy a desquitar), a los que me alimentan ideas (a veces sin querer o siquiera saberlo), a los que me corrijen y dan sugerencias y/o mentadas de madre, y desde luego que también a todos los leen por mera curiosidad o por no tener nada mejor que hacer.

- AG


pd.

Dénme chance...Ando tweakeando esta madre.