Monday, July 6, 2009

Artemisa 1.1.2

“Agh. La noche, ¡desperdiciada!” espetó, dejando caer el arco de marfil y su bolso de flechas en brazos de la que le abriera la puerta, sin voltear a verla. Se sacudió el pelo y comenzó a desvestirse mientras caminaba, jamás deteniéndose.

Sus subordinadas no estaban acostumbradas a escenas volátiles del tipo, por lo que sólo se limitaron a seguir a su ama con los ojos abiertos, atónitas, recogiendo ávidamente todo lo que dejaba a su paso, así fueran artículos, prendas o palabras.

“Mi Señora, ¿toda la noche?” vino una voz joven de entre su séquito, tentativa.

Artemisa aventó los brazos al aire mientras se introducía a la bañera. “¡Pues ya que!”

La misma muchacha que hizo la pregunta, temiendo que la diosa se fuera a resbalar por lo distraída que parecía, le extendió su mano. La Cazadora no la tomó, aunque Callysto no supo si fue porque no la vio o porque simplemente la ignoró.

El ceño de la segunda a la diosa se frunció. “¿Ni una bestia? ¿Ni una sola?”

Artemisa consideró la situación unos momentos. Las doncellas se esmeraban en mantenerla satisfecha y despreocupada. Hacían un trabajo impecable, y a la vez parecían genuinamente felices a pesar de las reglas estrictas. Pero la verdad era, Artemisa entendió, que se había acostumbrado a que hicieran demasiadas cosas por ella y, sin ir demasiado lejos, evidencia irrefutable de ello era que nunca antes se había topado con mortales durante sus salidas de cacería con su séquito y no lo había notado. Esta primer noche de divergir de la norma le abrió los ojos.

Sumergida aún en sus reflexiones, le contestó. “Bueno, sí, un lobo, pero nada más.”

Callysto volteó hacia la puerta donde las demás doncellas escuchaban en silencio y todas se encogieron de hombros, algunas también sacudiendo la cabeza vigorosamente. Callysto tampoco había visto que la diosa llegara con evidencia alguna de la caza.

Se acercó a dos pasos del borde de la bañera para dejar las ropas limpias, dobladas de la diosa. “¿Un lobo, mi Señora?” insistió. “Excelente. Y, ¿de qué color el pelaje? ¿Gustaría que lo llevásemos a la ayudante de la Señora Athena para que le hiciera un abrigo, una capa u otra cosa con la piel?”

“No, no te molestes,” la diosa sacudió su cabeza, ahora pesada con el cabello empapado. Callysto aprovechó para quitar las pequeñas hojas errantes que seguían enredadas en la melena castaña. Artemisa se reclinó hacia atrás, contra la pared de mármol de la bañera, esforzándose a relajar el cuerpo pese a lo molesta que se encontraba. “No traje nada. Se lo regalé a un mortal.”

La sangre de Callysto hirvió ante la información. Apretó los puños y se maldijo a sí misma. Se disculpó, avergonzada por su descuido. “Debimos haberla acompañado para asegurarnos de que...” comenzó, pero calló al ver a la deidad ojiverde negar con la cabeza de nueva cuenta.

“El lobo que yo quería en realidad me evadió el resto de la noche,” dijo, con una expresión melancólica. Y, tan repentinamente que Callysto dudó de haberla visto en primer lugar, su mirada cambió y endureció. “Por cierto, ya se acerca la reunión del consejo, ¿cierto?”

“Ah, sí,” masculló la muchacha, distraída.

“Prepara el reparo en cuanto antes,” ordenó, “que no quiero que Apollo me esté fastidiando sobre ello.” Dio por terminado el intercambio y se hundió en el agua caliente hasta que le cubrió la boca. Cerró los ojos y exhaló cuando sintió cómo las mejillas de porcelana fina se le teñían de carmesí gradualmente.

Callysto se jactaba de ser bastante elocuente y tener una respuesta inmediata para todo—y normalmente, la tenía. Ser la segunda al mando de la orden de la diosa era un puesto que exigía tanto como privilegios otorgaba, y requería hacer decisiones de un momento a otro con tacto y prudencia. En esta ocasión, sin embargo, sólo se retiró de la bañera con una reverencia, sin decir una palabra.

*

“Una amazona, quizás,” musitaba con fascinación. “Siempre quise conocer una, pero jamás imaginé que me la toparía por estos rumbos.”

Adrastas sacudió su cabeza al ver la sonrisa estúpida en el semblante de su acompañante. Continuó jugando distraídamente con la bebida en sus manos. “¿Sola y tan lejos de casa? Es poco probable.”

“Más probable de lo que crees, porque a decir verdad, sabemos muy poco de ellas. Quizá tiene alguna encomienda que la trae a Tesalia.”

“¿Desterrada de su tribu por alguna actitud impropia?” propuso el originario de Larissa, con una ceja levantada.

“No lo creo,” repuso el otro, y con una sonrisa socarrona agregó, “pero se lo preguntaré la siguiente vez que la vea.”

Adrastas exhaló. Era difícil —imposible, prácticamente— sacarle una idea de la cabeza a su amigo una vez que esta había echado raíces. Se recargó hacia delante en la mesa. “¿Sabes cómo sé que no era una amazona?”

“¿Cómo?” volteó enseguida el otro, ávido.

“Te hubiera capado ahí mismo,” replicó en un tono confidencial, serio.

Endymion sonrió complícitamente. “Hubiera necesitado algo mucho más grande que una simple xiphos y aún así su trabajo no hubiera sido nada fácil, te lo aseguro.”

Adrastas escupió el vino que había llevado a su boca y ambos rieron escandalosamente, haciendo que varios de los presentes en la taberna voltearan a su mesa.

Un rato después, ambos con el estómago adolorido y la cabeza ligera, Endymion retomó la conversación. “Mañana regresaré a ver a Admetus para agradecerle su hospitalidad.”

Adrastas se topó con ambos cazadores cuando estos últimos cruzaron su camino una vez terminada la jornada. El nativo de Larissa reconoció a Endymion, amigo de años, y les propuso detenerse un rato a beber y conversar. Oryon declinó, diciéndose cansado y optando por regresar con Sirius directamente a casa del rey Admetus a dormir. Endymion y Adrastas seguían con historias después de dos horas, cuando el Tesalio le ofreció uno de sus cuartos, dado que su hogar quedaba a pocos minutos del pueblo donde bebían.

“Me voy a quedar otra semana más, por cierto,” dijo el noble de Elís, y bebió un trago de su vino enseguida.

Adrastas se consternó al adivinar la obstinación de su amigo. “Sabes que siempre eres bienvenido a mi casa y no tienes ni que pedírmelo, pero...¿no crees que te lo estás tomando muy en serio? Fue cosa de una noche, y no sabes qué hacía ahí.” Hizo una pausa y recordó algo más. Reanudó su argumento. “Vaya, no sabes ni su nombre, siquiera,” le recordó.

“Hm, hm, hm...” Endymion asintió con la cabeza, atendiendo a todos los puntos que hacía su amigo. “Hm,” repitió, adoptando una expresión meditabunda. “Buen punto. Otra cosa que habrá que preguntarle la siguiente vez que la vea,” repeló casualmente. “Muy buen punto. Entonces ignora lo de la semana: me quedo un año.”

“En serio, Endymion, ¿no te lo habrás imaginado? Oryon no vio a nadie. ¿No te quedaste dormido en el monte y lo soñaste?”

“Está bien,” exhaló con fingida resignación el varón de Elís. “Un mes.”

“Endymion…” imploró su anfitrión en absoluta seriedad.

“Yo lo que vi, Adrastas,” respondió el otro, con un tono ligeramente cortante.

Adrastas tomó nota de su enfado y dejó de presionarlo, intentando hacerlo entender razones sin molestarlo más. “Lo sé, hombre, pero te recuerdo que no la viste disparar. Vamos, ¿una mujer, a esas horas de la noche? ¿Cazando a un animal de ese tipo sin ayuda?”

“¡Era la única en las cercanías!” exclamó Endymion, encogiéndose de hombros.

“Te pudo haber mentido.”

Endymion sacudió la cabeza en negativa enseguida. “Lo dudo.” Se mantuvo en silencio unos segundos, reflexionando. “No creo que haya mentido.”

“JA,” Adrastas exclamó, despectivo. “Todas las mujeres mienten, sin excepción, Endymion. Recuérdalo. Todas.”

Endymion detuvo su bebida a escasos centímetros de su boca y su humor ligero regresó. “Algo me hace creer que aún no superas el incidente de la hetaira de hace tiempo, Adras. Aunque quien te mintió no era una mujer...técnicamente.”

Adrastas se erizó y le señaló con un dedo en la cara, mirándole con intensidad. “Yo pagué por una mujer y pensé que mi dinero contrataba eso mismo.”

Endymion se encogió de hombros con fingida inocencia. “Para serte honesto, de estar en tu lugar e igual de ebrio que tú en aquella ocasión, tampoco hubiese podido notar la diferencia antes de—”

“No quiero hablar más del tema,” gruñó el Tesalio. “Estaré fuera de la ciudad día y medio, pero mis sirvientes estarán esperándote. Llama a la puerta cuando termines aquí.” Se levantó de golpe y dejó unas monedas sobre la mesa, vaciando el contenido de su vaso de prisa. “¿Necesitas que mande a alguien para que te guíe? ¿Recuerdas el camino a la casa?”

“Estoy bien, gracias,” le aseguró. “Buenas noches, Adras.” Se despidió con la cara baja para esconder su sonrisa. Se sentía, quizá, un poco culpable.

“Noches,” refunfuñó, retirándose antes de que su acompañante mencionara su rostro enrojecido.

‘Sólo un poco,’ confirmó Endymion para sus adentros.

Endymion levantó su copa vacía por encima de su cabeza y pidió la última de la velada, repasando en su mente los hechos de unas horas antes una vez más antes de irse a dormir.

Estaba seguro de que no era la última vez que se toparía con la Cazadora. Se encargaría de que no fuera el caso.